En una noche cualquiera, como la de hoy, pienso en volver a otra noche cualquiera, como la de hoy, en la que podía relacionarme contigo en libertad, sin esos pensamientos sonoros que aparecen entrelazándose con la espontaneidad. Pienso en volver a la seguridad de aquel que no está solo, que puede despojarse del peso que origina el tiempo conforme pasa el día en el momento en que lo percibe, porque sabe que hay alguien a quien no le importa mantenerle cuando tropieza con esa información de la que no sabe si se puede fiar.
Me siento naufragando sin isla desierta cuando veo que me pierdo entre la gente y que nadie es capaz de decirme donde está. Si estuvieses a mi lado sé que podría llamarte y que tú me guiarías hasta tierra firme, pero intento aguantarme porque dudo de si es ahí donde quiero llegar.
Me gustaría ser capaz de hacerlo todo bien para no tener que pasarme el día lamentando mis fallos, y mas utópico todavía me gustaría conocer lo que realmente ocurre en el mundo de las realidades absolutas individuales, en esa maraña de hilos conductores entre las mentes humanas y las acciones que construyen las historias personales, como la mía, para no necesitar a otra persona y sentirme completo espiritualmente, para sentirme seguro de mi mismo con lo que hago, digo y ambos a la vez. ¿Por qué rechazo la oportunidad de librarme de cadenas y prefiero vivir amarrado a mi mismo? Cuando me siento así dudo de si es cierto que el amor es sólo la chispa que enciende la perfecta máquina de engranaje de la descendencia, la pequeña pieza que cada uno aporta en el puzzle de la existencia de este mundo, o una dura prueba que nos prepara para ser seres humanos, libres y transparentes, personas puras y verdaderas, sin puntos oscuros que ocultar, el milagro de volar fuera de tu cuerpo porque hay alguien que te conoce y siente como tú mismo. Pero de nuevo prefiero esperar en mi recipiente antes de verterme sobre ti… ¿por qué?
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